Hace 3 años era jueves. 7 de septiembre del 2017.
Estaba en un pueblo, no sabía a lo que me había aventurado, con un nuevo curso por comenzar, feliz por haber tomado una siesta y esperar simplemente que el fin de semana llegase.
A las 21:37 no sé si seguía en esa siesta o realmente despierto. Sólo recuerdo que estaba feliz porque al siguiente día solo debía ir a clases y no poner mucha atención.
Llevaba solo unas cuantas semanas en esas cuatro paredes amarillas que dos años después me llevarían a la "locura".
Quizá en una hora me habría de levantar para comenzar a preparar la cena, no me importaba haber perdido ni la cena ni la noche porque al otro día no había trabajos no evaluaciones para mí, ese jueves había entregado todo.
Después de cierta hora los pueblos suelen ir a dormir, temprano. Durante esa noche solo recuerdo calabacitas hervidas y frijoles, había más, seguro queso y tostadas, algo de arroz, huevo o pollo. No importaba.
Estaba cocinando en esa parrilla eléctrica. No supe la hora, solo tenía hambre y todo se cocinaba a paso lento en esa parrilla.
Con camiseta y un short azul, seguía cocinando mientras veía algo en YouTube.
Solo escuché que los trastes comenzaron a moverse, pensé que temblaba, pero el hambre me estaba ganando.
Después de unos segundos sentí que temblaba, y como no era mi primer rodeo fui a lavarme las manos, por si había que salir y no salir con las manos sucias. Sin alertas sísmicas en ese pueblo tenía la guardia baja.
Me estaba lavando las manos y todo comenzó a moverse con más fuerza, quizá fue más porque ese movimiento llevaba más tiempo de lo usual, o porque rrmente comenzaba a sacudirse todo más y más. Lo siguiente que supe es que tenía que tomar una camisa o chamarra para ponermela al bajar, ya había decidido salir, solo que frente a mi armario no podía identificar qué debía tomar, la palabra chamarra o camisa no estaba en mis prioridades, me quedé paralizado unos segundos frente a la ropa mientras algo en mi mente dejó de susurrar y comenzó a gritar "teléfono, llaves, cartera". Todo en el orden en el que estaba, el celular en la cama, las llaves y carteras sobre el refrigerador antes de la puerta. En algún momento ya no solo todo se sacudía con fuerza, se escuchaba como jamás se había escuchado nada.
Salí a la puerta del cuarto, mucha gente abajo, casi todos estudiantes, entre sus 18-23 años. Algunos adultos y otros más grandes, algunos niños.
Jamás había escuchado un sonido así, solo recuerdo que todo se movía como jamás se había movido, el techo de lámina sonaba, el edificio sonaba, el suelo sonaba, las cosas adentro de cada uno de lo 40-50 cuartos sonaba, la gente abajo comenzó a gritar y otros más a callar esos gritos.
En una fracción de segundos me vi enterrado en sueño ajeno, a más de 200 kms. de mi familia, bajo algunas toneladas de cemento y varillas, pensé en la gente atrapada que he visto en tantos documentales, ¡y peor! Llegar al otro día para enterarme que toda mi familia quedó atrapada bajo esa casa construida por mis abuelos. El pánico dominó mi mente mientras, por primera y único ve en la vida, corrí durante un sismo.
Cuando pensé que si no me aplastaba el tercer piso y el techo de lámina, me aplastaría el pánico de la distancia y desconocimiento de mi familia, unas chicas que bajaban del tercero piso tropezaron, en ese momento no sé si fue empatía o un mecanismo de defensa para no ser presa del pánico, pero ayudé a levantar a una chica, la otra se levantó sin decir nada. Y olvide el pánico por un momento.
Bajé las escaleras, di dos o tres pasos y la luz se apagó.
Ahí estaba mi compañera, ella en el tercer piso, todo en el centro del patio. Debía buscarla a oscuras. Di otros dos o tres pasos y escuché una voz familiar bajando las escaleras, dos chicas abrazadas y un chico con su linterna del celular bajaban. Mi amiga muy asustada. Yo también. Todos.
Nos fuimos a una parte lejos del grupo, estaba en shock, no sabía qué decir o hacer. Hasta que alguien dijo sobre un sismos preliminar de 8 grados frente a Chiapas.
Media hora sin saber de mi familia. Fue angustiante y rápida al mismo tiempo, los segundos se vuelven horas bajo tensión pero al final uno lo recuerda en cámara rápida.
Ellos estaban bien, yo también. No electricidad hasta el otro día.
No suspendieron clases, el edificio dañado, eso es otro tema.
Cuando llegué a casa y hablé con mi familia me sentía feliz.
Desde ahí tuve problemas para dormir un tiempo. Dormía solo que me movía mucho.
También surgió un miedo nuevo, a los lugares cerrados. No es una fobia pero si puedo evitarlos yo soy feliz. No fue buena idea lavarse las manos en un baño tan pequeño cuando comenzaba eso.
Al otro día una réplica, ya en casa y con alerta sismica.
Y al volver al pueblo niños jugando al terremoto. Y sismos tan pequeños a todo momento que uno ya estaba o abrumado de la tensión o simplemente adaptado.
En el istmo de Tehuantepec se mostraron más daños. Pero en cada casa de ese pueblo se veía alguna fractura, una pared con algo desprendido, una fractura previa mas grande, algo movido...
La mañana siguiente fue de ir a la universidad y ver qué todo estaba en completo silencio. Las actividades seguían pero toda la gente en la calle y el autobús revivíamos la noche anterior.
Perdí la cuenta de las réplicas pronto. Solo recuerdo una dos días después, un sábado. Y luego la del 19 de septiembre que tanto hablan los habitantes del centro del país.
Recuerdo otras varias pequeñas en medio de la noche, en clases y en otros momentos.
Eso pasó hace 3 años. Nunca pensé en vivirlo, no quiero volver a hacerlo. Al menos aquí en el norte me siento tranquilo, pero con esa misma sensación de no saber si a la distancia mi familia estará segura. Ahora es más lejos.
Ese año me rompí el corazón por aventarlo lejos, y luego alguien lo reparaba, para luego dejarlo caer.
Ese año comenzaba una nueva aventura en un pueblo, terminaba de aprender algo que me llevó miles de kilómetros lejos. Ese año prefiero recordarlo por el inicio de un curso académico y el sismo. Lo demás que sea enterrado hasta que sirva.
2 comentarios:
That so huh.
A mi pasó algo muy parecido en el 19S estando en Puebla. Mi pueblo en Morelos fue muy dañado pero afortunadamente no perdí familia ni amigos. Dos días mas tarde me fui de voluntario. Al llegar a las 2 de la maña y ver mi pueblo de la infancia hecho una zona de guerra en total silencio se sentía irreal, como vivir una película.
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